domingo, 21 de noviembre de 2010

Reforma a la educación: método y perplejidad

La pre-visión de lo que solemos entender por “futuro” es realizada en Occidente mediante la articulación -normada culturalmente- de re-presentaciones de la realidad organizadas en nuestros lenguajes (verbal, icónico, lógico y matemático). Es decir, a través de conceptos e imágenes elaboramos, mentalmente, abstracciones del entorno, las que, por supuesto, no son la realidad misma. Nuestro cerebro, alimentado por las percepciones de los sentidos, opera con el “mapa”, no con el “territorio”.
Si aceptamos esa afirmación, un segundo paso nos obliga a poner atención en la metodología con la que trabajamos dichas abstracciones, es decir, al modo en que ordenamos conceptos e imágenes con las que nos representamos la realidad. Si el método es del tipo racional deductivo, como por ejemplo “Si A es igual a B y B igual a C, entonces A igual a C”, es que somos parte de la tradición cultural greco-latina o aristotélica y, por cierto, cuando se nos argumenta de ese modo, tendemos a considerar sus conclusiones como “verdades”, no obstante que las ciencias experimentales prefieren llamar a aquello “verificabilidad” o “probabilidad”, antes que “verdad”.

Recientemente, el Ministro de Educación, Joaquín Lavín, ha anunciado una nueva reforma al sector, con el propósito de superar los malos resultados de evaluaciones en pruebas como la PSU, Timss, Simce, Pisa y que revelarían una educación peligrosamente insuficiente para la generación de personas con las competencias requeridas para insertase con éxito en la sociedad y el mundo del trabajo. El eje de la propuesta apunta hacia la atracción de “mejores” estudiantes hacia las Pedagogías, en la convicción instalada por el Informe Mckinsey de que “la calidad del sistema educacional no puede superar la calidad de sus docentes”. De allí que el ministro haya planteado un sistema de incentivos económicos que estimularían a estudiantes que, con más de 600 puntos en la PSU, elijan como primera opción la carrera docente.

Hoy es más valioso lo que no se conoce, que el conocimiento ya integrado. Pero las competencias en esa área son escasas en los currículos de nuestras Pedagogías. El profesor será luego, más un “ingeniero de la información”, que un portador de conocimiento.Transformada en una hipótesis, la propuesta significaría algo así como: “dado que la calidad de la educación depende básicamente de los profesores, conseguir mediante estímulos económicos que los alumnos mejor evaluados elijan como carrera una pedagogía, permitirá que lleguen al sistema educacional buenos profesores, con lo que la calidad de la educación se incrementará”. La afirmación parece convincente. Sin embargo, ¿es “verdadera”?

Complejizando el raciocinio, surgen interrogantes que es necesario dilucidar y que nuestros parlamentarios deberán considerar a la hora de estudiar la propuesta cuando, a mediados de septiembre próximo, llegue en forma de proyecto al Congreso. En efecto, la primera inquietud es si el estímulo económico –aparentemente bien diseñado y atractivo- es realmente un incentivo adecuado, en la medida que la profesión de pedagogo implica un pre requisito “vocacional” relevante. Para explicarlo brevemente, una metáfora: ¿aumentarían las vocaciones sacerdotales si la Iglesia anunciara una duplicación de los ingresos para los seminaristas?

En otras palabras, la propuesta de incentivos económicos es correcta, siempre y cuando se demostrara que los estudiantes con vocación, aptitudes e intereses hacia la pedagogía se alejan o se acercan a ella sólo por razones económicas. O alternativamente, que se probara que estudiantes con mejores puntajes desechan pedagogía sólo porque estiman que la relación costo-beneficio entre el gasto en su educación y recompensa profesional no es rentable. Si se realizara esa investigación, es probable que sus resultados nos den mejores insumos para buscar métodos que nos permitan interesar en la pedagogía a los mejores. A priori, empero, pareciera que los jóvenes cuya vocación e intereses los impulsa en una dirección, tienden a buscar sus sueños contra toda “razón”, ajenos a este tipo de cálculos. No se explica de otro modo el alto porcentaje de aspirantes a un sinfín de otras profesiones “poco rentables”.

La conjugación de la tríada “vocación, aptitudes e intereses” no es cosa fácil. El número de estudiantes que se retira o se traslada de una carrera a otra en los primeros años de Universidad o que finalmente no ejerce la profesión estudiada, es nada irrelevante.

A mayor abundamiento, el estímulo económico a alumnos con más de 600 puntos en la PSU tiende a una derivada discriminatoria sin justificación entre estudiantes de familias de mayores y menores recursos, pues estadísticamente parece probarse que los educandos de colegios municipalizados, suelen conseguir, como promedio, menores puntajes que los estudiantes de colegios subvencionados y particulares. Si eso es así, entonces no solo se estaría otorgando subsidios a estudiantes de hogares que eventualmente no lo requieren, sino que muchos alumnos con vocación e intereses, aunque con aptitudes aún no plenamente desarrolladas, pero que podrían mejorar en la Universidad y que desean ser profesores, terminen por no acceder a los beneficios.

Finalmente, habrá que poner atención al contexto. La Sociedad de la Información y el Conocimiento en la que estamos ingresando a pasos agigantados está provocando una mutación descomunal en la forma y fondo de lo que se entendía por “enseñar” y “aprender” y, por consiguiente, en el tipo de profesores que se requieren. Con la información como bien abundante, la riada de educación informal está provocando serios problemas a los docentes de la sociedad agrario-industrial y sus currículos de hierro. Hoy los maestros son más guías o tutores que catedráticos. Se requiere más enseñar y aprender a ordenar, clasificar, jerarquizar, fundamentar información e innovar, que memorizar o acumularla. La memoria está externalizada en la red. Sólo hay que saber acceder a lo que se busca, aún cuando muchas veces no se sepa bien qué es aquello. Hoy es más valioso lo que no se conoce, que el conocimiento ya integrado. Pero las competencias en esa área son escasas en los currículos de nuestras Pedagogías. El profesor será luego, más un “ingeniero de la información”, que un portador de conocimiento. Las exigencias de adaptación, renovación, flexibilidad y creatividad de la actual sociedad no están presentes en los currículos y, desde luego, conseguir a los 18 o 19 años más 600 puntos en la PSU, tampoco asegura que esos nuevos profesores lleven a las aulas tales competencias.

La propuesta del Ministro Lavín es atractiva, porque linealmente nos parece eficaz cuando elaboramos “visiones de futuro” desde nuestros habituales instrumentos y métodos de prospección. Sin embargo, al observar sistémicamente el problema de la educación, su complejidad nos recomienda estudiar los otros factores involucrados en el proceso. Así y todo, para “construir futuro” habrá que partir desde algún punto y mediante la toma de decisiones para la acción y el tradicional y humilde proceso de acierto-error con que hemos crecido, seguir avanzando hacia una transformación participativa y colaborativa de nuestras juventudes, para que lleguen a ser mejores seres humanos. No sólo de pan, vive el hombre.


Roberto Meza
Periodista. Magíster en Comunicaciones y Educación PUC-Universidad Autónoma de Barcelona

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