Martes 09 de Junio de 2009
Hace algunos años, cuando se dieron a conocer los resultados de la primera prueba Timss (Trends in International Mathematics and Science Study) en que participó Chile, un aspecto que sorprendió mucho fue que, en comparación con otros países, era relativamente alta la proporción de clases que en el nuestro se interrumpía por factores externos: el 33 por ciento de ellas lo era a menudo o casi siempre. Y, entre los países participantes en dicha prueba, Chile era de los más rezagados en la enseñanza de matemáticas: el 72 por ciento de los alumnos estaba estudiando principalmente números en sus lecciones de 8° básico. En los demás países, el promedio en esta materia alcanzaba sólo a 14 por ciento; en la mayoría, los alumnos de ese grado estaban abordando principalmente álgebra, geometría o una combinación de ambas materias. Por cierto, estos promedios esconden grandes diferencias dentro del país, pero ayudan a entender nuestros mediocres resultados en educación, y también las grandes brechas en desempeño entre los distintos establecimientos.
Esos antecedentes deben considerarse después de un paro que dejó sin clases durante tres semanas (siete en la V Región) a los estudiantes de la educación municipalizada. Se ha anunciado que se recuperarán las clases, y el Ministerio de Educación ha planteado que fiscalizará que esto se cumpla, pero, en verdad, tiene capacidades muy limitadas para ello. De hecho, no hay registro de que en anteriores suspensiones de clases, aquellas perdidas se hayan recuperado adecuadamente. En parte, eso ocurre porque tales interrupciones difieren entre los colegios, pero también por falta de un procedimiento adecuado para verificar las recuperaciones. En esta labor, los mejores contralores son los padres y apoderados. Los planteles deberían emitir periódicamente informes públicos sobre las clases realizadas y las perdidas; evacuados ellos, los establecimientos deberían informar de inmediato sobre un plan concreto de recuperación. Así, los padres podrían supervisar el cumplimiento y, de no ocurrir éste, reclamar a las instancias apropiadas para que se corrija tal anomalía. Sólo por esta vía podría el ministerio del ramo tener más posibilidades de asegurar que se cumplan los horarios establecidos.
En esta labor, los municipios, responsables de la gestión de la educación estatal, tienen una tarea insustituible. Los alcaldes son los representantes más cercanos de la ciudadanía y no pueden abdicar de la responsabilidad que les cabe en la recuperación de clases. Son ellos los que, mediante las corporaciones y departamentos de administración de la educación municipal, deberían velar por que esos planes se elaboren y cumplan. Al ministerio cabe prestar un apoyo subsidiario en este asunto.
Hace pocos años, a propósito del debate sobre el cambio en la prueba de admisión a las universidades, dicho ministerio investigó el grado en que los establecimientos municipales cubrían el currículo nacional. Los resultados no fueron satisfactorios y evidenciaron que las horas de clases en Chile se aprovechan muy deficientemente. Si a esto se suman los cientos de horas perdidas por diversas razones, el panorama es desolador para un país que necesita mejorar la calidad de su educación. La discusión nacional en esta materia suele dar por sentado que se cumplen adecuadamente las horas lectivas contempladas en los planes educacionales, pero la realidad es muy distinta. Si no es posible asegurar algo tan básico como que las clases programadas para el año escolar se realicen aceptablemente, mal podrán rendir frutos las políticas y los recursos destinados a mejorar la educación.
Todo lo anterior lleva también a advertir cuán profundamente equivocado es el nuevo paro iniciado precisamente ayer por los alumnos del Instituto Nacional -apenas terminado el de profesores-, llamando a sus pares a hacer otro tanto en todo el país. Demandan ellos estatizar la educación pública, esto es, recentralizarla en el Gobierno, en vez de las municipalidades. Es absolutamente predecible que, en tal caso, los mismos vicios que hoy aquejan a dicha educación no sólo no se corregirían, sino que se multiplicarían. Semejante remedio sería aún peor que la enfermedad que buscan superar.
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