En el Gobierno hay dos posiciones para enfrentar las manifestaciones estudiantiles y el tema de la desmunicipalización de la educación: la primera, liberal a ultranza, consistiría en terminar con la educación pública y privilegiar la privada; la segunda, más pragmática, comprende que esta anti utopía neoliberal es impracticable e intenta hacer pequeñas correcciones respecto a la educación pública –un verdadero maquillaje-. Estas dos almas de la derecha jamás llegarán a concordar, por consiguiente, la labor del Ministerio de Educación tiene que limitarse a administrar el “cosismo”.
Es comprensible que por el origen gremialista del ministro Lavín no logra que la educación supone una comprensión del mundo y la capacidad para transformarlo, en consecuencia, la revolución educacional está relacionada con los grandes temas nacionales. En el tiempo de la reforma universitaria, nuestro debate con los gremialistas consistía, precisamente, en la disputa entre la universidad “torre de marfil” y aquella abierta a los grandes cambios sociales, tanto de Chile, como del mundo en general. Al plantear temas como la renacionalización del cobre, el cambio en el sistema impositivo, la reforma constitucional y la Asamblea Constituyente, los actuales estudiantes están dando una lección madurez y cultura al reduccionista UDI, Joaquín Lavín, que, francamente queda como ignorante al parcelar la realidad que, necesariamente, es holística.
El presidente Sebastián Piñera quiere ubicar el debate educacional en el Parlamento, que también está bastante desprestigiado ante la opinión pública –con mucha razón, los estudiantes sostienen que, al igual que el Ejecutivo, no los representa– por lo demás, la colusión entre la Concertación y la Alianza sólo ha sido capaz de producir la Ley General de Educación, que no resuelve ningún problema y que no menciona, en ninguno de sus artículos, a la educación estatal. La historia juzgará esta estúpida traición de la Concertación al aliarse con la derecha, que sólo les interesa el lucro y la educación privada.
Diagnósticos, comisiones y documentos sobre cambios en educación abundan: todos los especialistas han escrito miles de investigaciones acerca de las reformas necesarias tanto en educación Básica, Media, como Superior. Considero, al menos, que hay tres áreas fundamentales que es preciso enfrentar con respecto a la educación Básica y Media: la primera y más importante dice relación con el fin de la municipalización e reinstauración del Estado docente; la segunda, la formación de directores y profesores, de alta calidad académica y profesional; la tercera, una subvención por alumno que ascienda, al menos, a $300.000, para asegurar en ese plano la calidad del proceso enseñanza-aprendizaje.
En el plano de la educación superior es evidente que hay que terminar con las Universidades “La Polar” – como las define, muy correctamente, Mario Waissbluth –no puede aceptarse que exista un mercado especial para la compra y venta de locales, con estudiantes incluidos, así como de ofertas de títulos a los alumnos más pobres, cuyo valor es, prácticamente, cero. Mercado y cultura no congenian.
Lo que el antiguo Consejo Superior de Educación llamaba “universidades docentes”, es decir, instituciones donde no existe la investigación, incluso la extensión, que sólo se dedican a repetir, en base a un conjunto de “profesores taxis”, pagados con boleta de servicio y con muy pocas horas de dedicación a la universidad, deben desaparecer, pues desvirtúan el verdadero sentido de la universidad.
Es ridículo que el 80% del gasto en la educación terciaria recaiga en las familias chilenas y no en el Estado, que financia sólo el 10% de las llamadas universidades fiscales que, a la larga, funcionan de la misma manera que las privadas.
Además de napoleónicas, puramente profesionalizantes, algunas de nuestras universidades son verdaderas dinastías familiares que se reparten el poder en las rectorías, decanatos y directorios de escuela. ¿Cómo podemos llamar comunidad universitaria a semejantes empresas de la educación, cuyos dueños sólo persiguen el lucro?
Las universidades chilenas ocupan lugares muy secundarios en los rankings internacionales, lo cual es lógico dado que el Estado no demuestra ningún interés en el desarrollo y la innovación tecnológica. Gobernados por una plutocracia mercachifle y, en extremo ignorante, no se puede aspirar a universidades democráticas y verdaderos centros de pensamiento plural, que visualicen la realidad nacional, como lo planteara Andrés Bello, en el discurso inaugural de la Universidad de Chile.
Es por esta razón que los estudiantes, con mucho más conciencia, sentido de país y memoria histórica han logrado, provocando una ruptura con el “borreguismo” ambiente, con la estupidez nacional del conformismo. Movilizar a más de doscientas mil personas a lo largo del país, que ya no soportan más a una élite incapaz de entregar respuestas a problemas acuciantes, como una pésima educación en todos sus niveles, seguramente marcarán un antes y un después en nuestra historia.
La educación que se imparte sólo lleva a radicalizar la segmentación de nuestro país: hay escuelas para ricos y para pobres; “universidades La Polar” y universidades de calidad; escuelas técnico-profesionales para pobres sin ninguna ayuda del Estado. Se trata, como lo sostiene el director de 2020, se trata de un verdadero “Apartheid”, con condenados a lavar pisos “aquellos que nacen estrellados” y a ser gerentes los rubios y de ojos claros, que “nacen con estrella”.
Por Rafael Luis Gumucio Rivas
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