Después de una efervescencia que no habíamos visto en este sector desde los tiempos de la reforma universitaria de fines de los años 60’, pues el movimiento político y social por la educación del año pasado fue muy superior en impacto social-comunicacional que el insigne movimiento pingüino del año 2006, pareciera que nos estuviésemos refiriendo a un evento de muy anterior data, narrado casi por la tradición oral “de boca en boca” dado que —aparentemente— hay una descontinuidad relevante en su hacer.
Ciertamente no es así, ha transcurrido muy poco tiempo para evaluar cambios de fondo derivados de estos sucesos, pero como contraparte, ha transcurrido mucho tiempo para evaluar las intenciones de llevar a cabo estas transformaciones. Este balance abre algunas dudas sobre el porvenir de la educación en nuestro país, y en particular sobre la solución de los problemas que originaron estos sucesos, lo que se asocia a su eventual recurrencia en un tiempo más al constatarse que los avances son magros.
Lo más gravitante desde el punto de vista del movimiento social es que muchas de las cuestiones de mayor trascendencia que fueron puestas sobre la mesa para su debate y para su reforma, no han tenido mayor respuesta sino más bien se han sacado de la mesa y no están presentes en el discurso público, salvo con cuestiones esporádicas.
Las grandes ideas de la educación por entonces ya no estaban, las nuevas no daban el ancho y los sueños habían sido reemplazados por frustraciones de distinta magnitud ante expectativas no logradas. Es posible que ello vuelva a acontecer, pero con una ciudadanía que cuando salga del letargo del invierno no querrá escuchar excusas, de mayores plazos o de nuevas postergaciones, y ese despertar podría ser, para desgracia de todos, más violento si no aprovechamos las oportunidades que hoy tenemos para atender las demandas de una sociedad exasperada ante el abuso del lucro que campea sin cuartel.
Primero, la gran demanda fue tratar de cambiar los principales criterios, los parámetros de asignación de los recursos en la sociedad, es decir dejar que este idolatrado mercado ordene toda nuestra vida, excepto cuando hay crisis, entonces los primeros en acordarse del Estado son los otrora más firmes seguidores del mercado. Bueno, al momento no se ve ningún cambio relevante de esta magnitud. El sistema de subsidio sigue siendo el rey de los asignadores de recursos, el mercado sigue más vigente en educación y no hay movimiento en sentido contrario.
En segundo lugar la gran demanda por el fortalecimiento de la educación pública, puesta como una cuestión de equidad y como un factor clave para reducir la vergonzosa desigualdad social de nuestro país, no está presente en los foros de discusión, salvo algunas iniciativas puntuales. La educación pública sigue librada a su propia suerte, a un rumbo incierto, sin mayores recursos y con estrategias que fortalecen en los hechos la privatización: más SIMCE apunta a esta cuestión. Es muy difícil que un gobierno que en su ADN está “no confiar en lo público”, quiera defender y fortalecer aquello en que no cree, no obstante, se las ha arreglado bien para que no se note, ayudado por una oposición que propone poco y ejecuta menos: una muestra, recientemente días atrás cuando en el parlamento se votó el informe de la Comisión sobre el lucro en la educación superior, materia sustancial para los parlamentarios concertacionistas, no se logró mayoría porque insignes representantes de esa coalición no estaban presentes en al sala al momento de la votación.
La educación publica sigue en la unidad de cuidados intensivos, discursos más o discursos menos de ex presidentes, sería importante preguntarle a quienes fueron responsables del diseño e implementación de las políticas en educación en las dos décadas de la concertación, porqué carecieron de la visión necesaria para implementar cambios profundos y audaces en educación, en vez de cambios reducidos, con implementaciones timoratas y promercado como finalmente terminaron siendo. Pues de haberlos llevado a cabo en el sentido de las demandas estudiantiles del 2006 a la fecha, con seguridad estos problemas no se habrían generado.
El tercer gran aspecto fue el tema del lucro, cuestión capital para la derecha y algunos no de derecha. Aquí sí que el terror bajó como el viento de las montañas y se apoderó del Gobierno y de sostenedores de diversos credos y al unísonos salieron a demostrar con argumentos fatalistas y atemorizando a la población, usando el eficiente mecanismos del terror para paralizar cualquier acción al respecto, se sabe que hay lucro en la educación, es imposible negarlo en la educación superior, no obstante se le niega, fuerte y rápidamente, para que creamos que ello es así. Este es el gran tema en la sociedad chilena, el lucro justificado en la salud, en la educación en la previsión social, etc., sustenta un abuso por las mayorías, abuso que larva un gran descontento social, y de allí a una explosión social estamos a un paso, a un paso peligroso que de ocurrir no se sabrá donde termina.
En este país es probable que el lucro termine siendo el agente revolucionario que cambiará la sociedad, de no mediar a tiempo la inteligencia de aquellos que a todo evento quieren seguir abusando de su situación sin ningún respeto por los demás, pero esa inteligencia que invoco es difícil de hallar cuando la ambición se ha transformado hace mucho rato en su único motor, no entienden que todo tiene un límite, y en este caso ya está con creces sobre pasado.
El cuarto punto de balance es la mayor participación de las organizaciones estudiantiles en sus centros universitarios, cuestión muy disímil en cada caso, pero ciertamente de avances más pequeños que significativos. Sin que lleguemos al cogobierno, no es menos cierto que las autoridades universitarias temen mucho a las presiones estudiantiles y es posible que se empiecen a ver prontamente concesiones en esta materia y en otras para prever posibles puntos de conflicto, no obstante pareciera que aún falta mucho por recorrer en esta materia.
Un quinto punto se refiere a la transparencia en el uso de los recursos, incluyendo valor de los aranceles. Al tenor de lo que costó que las universidades entregaran la información que la comisión de transparencia había exigido hace años, es ciertamente mucho lo que resta por hacer de este sector creíble para la sociedad.
Finalmente, los principales logros son asimétricos ante lo que resta por alcanzar. La asimilación del CAE al Fondo Solidario, en materia de préstamos estudiantiles, es insatisfactorio a toda prueba. También lo son las pequeñas transformaciones en la PSU, para incluir el ranking de notas —que lleva casi 20 años en debate— y uno que otro logro que podríamos decir matizan esta agenda inconclusa.
Lo más complejo del escenario actual es la falta de nuevas ideas que orienten el camino a seguir para una educación chilena que no supera los graves problemas de desigualdad y calidad que fueron tan bien larvados en los años 80’ por aquellas medidas neoliberales de las que hoy nadie se responsabiliza, ni fueron compensadas debidamente en los 20 años concertacionistas donde se permitió al banco mundial que oficiara de oficina técnica de los ministerios de educación de la región.
Hace seis años se desaprovechó el interesante aporte del movimiento estudiantil del 2006 por las autoridades de la época, para romper los enclaves del autoritarismo de la LOCE y del subsidio por estudiante, que estrangulaban a la educación pública, e incomprensiblemente se cambió la LOCE por una LGE muy anodina y un subsidio preferencial, que alteraron muy poco el paisaje del sistema educacional chileno en términos de sus grandes ideas, de sus proyectos de mediano plazo, de su horizonte, cada vez de más corto plazo, cada vez de menor relevancia, cada vez de más aula y nada más.
Las grandes ideas de la educación por entonces ya no estaban, las nuevas no daban el ancho y los sueños habían sido reemplazados por frustraciones de distinta magnitud ante expectativas no logradas. Es posible que ello vuelva a acontecer, pero con una ciudadanía que cuando salga del letargo del invierno no querrá escuchar excusas, de mayores plazos o de nuevas postergaciones, y ese despertar podría ser, para desgracia de todos, más violento si no aprovechamos las oportunidades que hoy tenemos para atender las demandas de una sociedad exasperada ante el abuso del lucro que campea sin cuartel.
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